sábado, 23 de mayo de 2009

PRESENTAMOS A UNO DE LOS LIBROS DE ZARANDON


CAMINITO DE MI PUEBLO

CAMINITO DE MI PUEBLO


Caminito de mi pueblo
que desando en mi desvelo,
que has nacido junto al monte
para elevarte hasta el cielo.

Más allá del horizonte,
donde el silencio es eterno,
un poncho de sol y nubes
se extiende sobre tu suelo.

Vas subiendo despacito,
siempre abrazándolo al cerro;
como un oscuro lacito,
caminito de mi pueblo.

Y allá en lo alto te escondes
sin que te pueda encontrar,
bajo tu poncho de nubes
color de jacarandá.

Caminito de mi pueblo
que te elevas hasta el cielo
como un lacito que quiero
me aprisiona tu recuerdo.

Y vuelvo a escuchar entonces
en esas noches sin sueño
el canto de tus pastores
y el rumor de tus cencerros.

Y vuelvo a ver desde lejos,
cuando se apaga la tarde,
entre sombras y reflejos
tus agrestes soledades.

Y esas cruces recostadas
en tus bordes polvorientos
donde dejaba, al pasar,
flores de tarco y ceibos
mientras solía rezar,
apurado por el miedo.

Caminito de mi pueblo,
si yo volviera, a soñar
bajo tu cielo que quiero
o a morir en tus arenas
agitadas por el viento,

Que me nombren tus pastores
cuando van con sus arreos
y que en mi tumba haya flores:
flores de tarcos y ceibos.

Y que por mí su plegaria
rece una abuela serrana
en la noche planetaria,
azul de luna y distancia.


LA TEJEDORA


Dormidas están las manos
de doña Francisca Barros,
dormidas como palomas
sobre su telar de palos.

Los hilos multicolores
de pronto han quedado quietos,
tensos, bañados de soles
y fulgurantes reflejos.

Se ha muerto la tejedora
en su patio provinciano;
está muy quieta la rueca
y quietas están sus manos,
dormidas como palomas
bajo la luz del verano.

¿Cómo saber de sus sueños?
¿De su cansancio de abuela?
¿Si acaso en sus ojos negros
llevó escondida una pena?

Cómo saber…si pasaba
cantando tardes enteras
mientras el hilo jugaba
dando vueltas en la rueca.

Si sus ojos se alejaban
siguiendo la verde senda
y serenos regresaban
mojados de luz y ausencia.

La tarde es un rojo poncho
tendido en el horizonte.
¿Qué manos lo habrán tejido
con hilos de ensueño y soles?

Yo sé que son esas manos
las que hilan, tiñen, tejen,
en sus telares de palos
desde que el día amanece.

Manos quebradas en surcos
donde la vida florece,
como florecen los tarcos
bajo el cielo de noviembre.

Se ha muerto la tejedora
en su patio provinciano;
está muy quieta la rueca
y quietas están sus manos,
dormidas como palomas
bajo la luz del verano.